Conclusión, el problema lo tengo yo.
Pero las normas solo sirven para seguir un orden… y no
quiero ir en contra de algo natural para el universo, si la vida es desordenada
y mis sentimientos también, mis textos serán fieles a lo que yo soy.
Esta conclusión es algo que he estado evitando durante
muchos años. No es fácil dejar el papel de inocente cuando eres una adolescente
hormonada y, desgraciadamente, desconfiada y alarmantemente loca.
Pero sí, la culpa es mía… todo lo que sucede diariamente en
mi vida (los problemas, las victorias, la rutina…) es gracias a mi.
Yo quería pensar que la vida a veces no me sonreía, que
tenía mala suerte, que no era suficiente en muchos aspectos sociales, que lo
intentaba pero no surgía efecto.
Es tarde cuando me doy cuenta de que el cambio está lejos de
mi alcance, que la vida no sonríe, le sonríes tú a ella; que la suerte no
existe más que en los actos aleatorios y como método de excusa para los vagos e
ignorantes; que siempre he sido suficiente; que no lo intentaba, simplemente
dejaba que las cosas surgieran por obra del dios divino.
La gente lucha, sonríe cuando no tiene ganas, se esfuerza,
no se rinde, y se equivoca.
Porque todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene
fallos: la naturaleza no está hecha para ser perfecta.
Y yo me sentaba en una silla y miraba lo que no era. Miraba
lo que no hacía y lo que hacía estaba lejos de ser algo.
Me ponía barreras, excusas, para justificar mi impotencia.
“No tengo la culpa…”, decía.
Y es que es es fácil sentarse a mirar y rendirse a la
primera de cambio. Es fácil aceptar la derrota sin intentar con todas tus
fuerzas alcanzar la victoria. Es fácil envidiar, soñar y llorar. Es fácil…
¿Qué más decir? No hay solución más clara para el que sabe
el problema.
Así que esto acaba como debería haber empezado años atrás:
Mi nombre es Alicia y ya no existen excusas.
Texto e imagen by: Alyinthewonderland. (Da créditos)