domingo, 7 de diciembre de 2014

Actos racionales para mis pensamientos perturbados:

Es curiosa la mente humana. Creo que es algo apasionante, ¿no? La posibilidad de que tan solo un pensamiento desencadene un sentimiento y por consecuente, un acto, lo es... si señor.
A nosotros nos gusta analizarlo. Nos gusta tener el poder sobre ella. Nos gusta, pero no lo tenemos. Creemos tenerlo pero... ¿En qué medida lo tenemos?
Hay cosas incontrolables igual que cosas controlables. Lo único que es controlable en mayor o menor medida serán los actos pues el pensamiento es algo demasiado íntimo y espontáneo como para tener algún tipo de poder sobre él. De hecho, incluso cuando no queramos pensar en nada siempre habrá una voz interior que te dirá “no pienses, no pienses” “no pienses en nada”. Y, si repetimos la sentencia, pensar y pensar en no pensar en nada, vemos como la evidencia es clara. Es incontrolable.
A pesar de ello, si es cierto que puedes controlar no pensar en algo en concreto.
Siempre pensarás en algo, sí, pero en mil cosas distintas si eres capaz de tener una buena concentración.
Dicen que la base de una buena autoestima es el control* y modificación del camino de los pensamientos.
Como ya he dicho antes, evitar pensar es algo imposible y controlarlo bastante complejo. Entonces, ¿Cómo es posible?
Pongamos un ejemplo.
De partida tu mente crea un pensamiento en base a un acto determinado. Ese pensamiento inicial vendrá dado por tu personalidad y será el que desencadene un sentimiento.
Este sentimiento es negativo.
Y aquí es donde entra en acción nuestra posible modificación. Un pensamiento al fin y al cabo es un pensamiento. Puedes pensar algo que te produzca un sentimiento negativo o puedes pensar algo que te produzca un sentimiento positivo pues la realidad no se verá modificada.
Tendemos a confundir certeza con pensamiento, pues creemos que lo que pensamos inicialmente es lo que está sucediendo en la realidad y por tanto solo es posible un único sentimiento negativo.
Pero no es así.
Siempre hay más de una manera de concebir la realidad. ¿Por qué concebirla de la peor forma posible? Ya sabemos que somos negativos, sabemos que nuestra personalidad y mente actúa así, más razón todavía para saber detenernos los pies, ¿no?
Elige el pensamiento que más apaciguamiento te produzca. Elige pensar en algo que te produzca un sentimiento positivo. No solo debes elegirlo, debes creer que dentro del abanico de posibilidades, esa concepción de la realidad está.
Igual que está la concepción negativa, cierto es.
Pero, teniendo las dos en un mismo abanico... ¿no es más sano elegir la que más felicidad nos produzca?
No sé si realmente la gente normal en su día a día (cuando digo normal digo gente que no está deprimida o no es demasiado negativa habitualmente) realiza ese ejercicio.
Supongo que al igual que hay gente negativa innata, hay gente positiva.
Yo sé lo que sé de mi y ya es bastante.
Mi cabeza tiende a recolectar ideas y pensamientos mayormente negativos y muchas veces no sé con qué acto mostrar mi frustración.
Porque quizá muchos le quitéis relevancia por el hecho de ser controlable, pero... las acciones son muy importantes para poder estabilizarnos emocionalmente.
No es sano sentir cosas muy extremadas y no expresarlas a través de un acto. Sentirte la persona más desdichada y miserable del mundo y no llorar es horrible. Necesitas sacarlo de tu interior para poder hacer hueco a más sentimientos.
Por ello, aunque seamos capaces en mayor o menor medida controlar nuestros actos, hay que saber que actos nos pueden ayudar y que actos son irracionales.
Creo que, básicamente estoy explicando el límite de la cordura. Quizá haga esto porque me sienta identificada o quizá simplemente intento evadir mi mente modificando así mis pensamientos negativos. Quizá.

O quizá ya sea tarde para modificar nada y solo necesite sacar ese sentimiento de mi interior de una manera racional. No lo sé... solo sé que ha funcionado :)


martes, 24 de junio de 2014

¿Qué decidirás tú?

Tienes dos opciones, amar el mundo u odiarlo. ¿Qué decidirás tú?
Cuando hablo de “el mundo” hablo de la sociedad, del planeta, del sistema, del conjunto. ¿Está bien planteado el sistema actual? ¿Está sano el planeta?
Son preguntas que superan mi entendimiento. Son preguntas tan grandes que la búsqueda de la respuesta me costaría toda una vida entera.
Por ello, me decanto a responder preguntas pequeñas, preguntas fáciles que se hallan implícitas en esas preguntas más grandes, poderosas y lejanas.
Por ello, en mi búsqueda de respuestas pequeñas, me topé con preguntas curiosas. Una de ellas fue “¿Qué es lo que mueve a la sociedad?”.
¿Qué es lo que mueve a la gente a realizar un determinado comportamiento? 
No me costó mucho averiguar la respuesta. Hablamos de poder y riqueza. Hablamos de miedo y confort, por supuesto. El bienestar propio, la acumulación de poder y riqueza y el entretenimiento continuo para olvidar que tarde o temprano moriremos.
Así es el ser humano. Se nos dotó de sabiduría, de avance y conocimiento al mismo tiempo que de egoísmo.
Sí, porque el ser humano es egoísta.
Eso me llevó a otra pregunta… “¿Todos los seres vivos son egoístas en cierta medida o solo los seres humanos?
Creo que el egoísmo forma parte de la esencia del ser vivo. No puedes deshacerte de tu deseo de prosperidad. Cualquier ser vivo con genoma tiene inscrita una función y es que la especie no se extinga. Que la especie evolucione. Por ello nos dotaron de adrenalina y miedo… una manera muy compleja de hacer funcionar a nuestro sistema nervioso central, hacerlo funcionar de manera rápida e inteligente para soportar cualquier peligro.
Y si no somos capaces de soportarlo… mejorar.
Creo que el egoísmo que nuestra sociedad posee es una característica innata que no se debería juzgar. No se debería juzgar en cierta medida, por supuesto.
Un día me replantee seriamente si en este mundo hay alguien detrás controlándolo todo. ¿Lo habrá? ¿Habrá alguien tan poderoso y jodidamente inteligente que sepa dominar el mundo?
No es tan difícil dominar a un atajo de personas (solo 7 millones). Tan solo necesitas tres medios de transmisión de información y control: Internet, televisión y música.
Así de fácil. Así de fácil alguien jodidamente listo tiene el mundo en sus manos. Así de fácil nos conocen, nos obligan a trabajar toda una vida, nos obligan a gastar lo que conseguimos en productos que creemos que necesitamos.
Y ahí viene otra de las preguntas curiosas fáciles de responder. "¿Cómo es que nadie se da cuenta? ¿Cómo es que nadie hace nada por cambiar?"
Es que nadie lo ve un problema. Nadie ve un problema que la sociedad esté basada en un bien material. Nadie entiende que hay de malo en trabajar toda una vida para un sistema que ni si quiera entiende.
Luego llegan a casa, se ponen su serie de televisión, el fútbol, el videojuego, se drogan, se van de fiesta… se evaden. Se olvidan de todo. Os olvidáis de todo.
Y es exactamente lo que esa persona jodidamente inteligente quiere conseguir.
Quieren tenernos ocupados, entretenidos, evadidos.
Nos han hecho creer que esto es lo que queremos. Que no hay otra opción. Que no se puede plantear ningún otro tipo de vida, de sistema.
Pero realmente se puede. Sí se puede. "¿Se quiere?"
Vaya preguntas más fáciles me pongo. ¿Queréis? No, no queréis.
Creo que por eso decidí odiar el mundo. Os odio a todos.
Odio a esa persona jodidamente inteligente, odio el sistema y odio la sociedad. En conclusión, odio el mundo.
No espero que lo odies tú conmigo después de leer esta mierda.
Solo espero que seáis más inteligentes que todo lo dicho. Que sepáis decir NO a ciertas cosas que son meras ilusiones.
Que no saciéis esa “obligación” que el conjunto (sociedad, sistema) demanda. No necesitáis drogaros para ser rebeldes, no necesitáis acostaros con muchos o usar a las personas para ser “sexys”, no necesitáis compraros cada mes la misma ropa… porque es la misma joder la moda es un puto ciclo repetitivo.
No necesitáis la nueva play de los cojones, ni el nuevo móvil… que ahora mismo dentro de unos años se dirá S17345981 y medirá 3 metros.
Nada de eso es necesario. Ni las cremas para las celulitis ni el maquillaje. La belleza no es material. Quien crea que la belleza se determina por el cuerpo no entiende de la vida.
Lo bello se siente.
Es bello un amanecer. Es bello el abrazo de tu abuela. Es bello el primer beso… como es bella la persona que te demuestra que vales la pena y eres especial.
Y ya está. Y  cuando pasen x años os daréis cuenta de toda esta mierda, os daréis cuenta de todas las horas que habéis perdido delante del ordenador, escribiendo por whassap y vomitando de tanta borrachera. Idiotas, que sois todos unos idiotas. Yo también soy una idiota, la que más joder, soy la puta reina de los idiotas.
Lo peor de todo es vivir en esta contradicción. Os envidio, envidio veros vivir tan tranquilos, con tantos amigos, zorreando, drogados, con la ropa más fashion, enterados de todos los rumores de España y de todo el puto mundo, con la música pop del momento (sí, esa que suena en la radio una semana y te cansas de ella a la siguiente).
Envidio vuestra tranquilidad a la par que la odio.
Y tenía que decidirme entre odiar el mundo o unirme a él…
Creo que no ha sido una decisión fácil, me ha costado mis años de luchar por hacerme un hueco en algún sitio, de agradar a alguien y de ser “única” al mejor estilo Disney.
Me costó mucho decidirme, pero es así. Ya no hay vuelta atrás.
Odio el mundo y estoy decidida a cambiarlo.
¿Te apuntas?


jueves, 13 de febrero de 2014

¡Hola, leeme!

Papá, ¿Cuántas veces te he dicho que no leas mi blog?
Me da vergüenza y tú, como padre, debes mantenerte desinformado en cuanto a mis locuras mentales.
En fin... ya que he llamado tu atención y estás ahora leyendo esta entrada, tengo que comentarte una cosa...
Como habrás podido comprobar, en mis entradas suelo escribir cosas tristes y en casa suelo pasar poco tiempo. A penas me veis.
Creo que estoy pasando una mala racha de esas en las que mendigas cariño de personas de fuera y te olvidas un poco de lo que tienes en casa.
Esto se debe a que en casa me siento sola. Podrías decir... "no deberías tener tiempo de sentirte sola ya que deberías estar estudiando", sí, pero en casa me agobio. Tanto tiempo sentada en la silla me da dolor de glúteos.
Además creo que estoy un poco trastocada. Me obsesioné.
Creo es el momento adecuado para pedirte una cosa... Necesito un gato. Nadie más que yo necesita el cariño y compañía de una mascota. Una mascota fiel que en las buenas y en las malas esté conmigo.
Que me haga tener más ganas de estar en casa y que, en cierto modo, me obligue a tener responsabilidades.
Desde siempre he querido un gato... ya los intentaba coger en casa del tío manolo, aunque de ese día no tengo una buena experiencia, pues hasta hace poco tenía una cicatriz en el brazo (yo de pequeña era muy bestia con los animales, lo sé)
Son animales limpios, tranquilos, graciosos, y no son pesados, como los perros (ni tienes que sacarlos a la calle). Además no te pido un gato corriente, te hablo de un gato llamado "Bosque Noruega" (te inserto aquí una foto de exactamente como es el que me pueden regalar http://www.lalocadelosgatos.com/wp-content/uploads/2012/09/bosque-noruega-4.jpeg ). Son gatos a los cuales se les suele relacionar el nombre "marqueses" debido a que son muy tranquilos, finos y buenos.
Una amiga tiene uno dice que no molesta nada. Si limpias su caja de arena adecuadamente, ni notas que hay un gato en casa. Tengo 4 amigos, los cuatro viven en pisos, los cuatro tienen un gato.
Los perros sí que es cierto que necesitan más espacio para correr y vivir. Pero un gato es muy adaptativo, sino pregúntale a maríeta que tiene 3.
Y bueno, independientemente de lo que hagan los demás que, como bien te conozco, no influye en tu toma de decisiones, he de decir que creo que sinceramente necesito una mascota.
Terapéuticamente hablando. (Aquí te inserto un curioso artículo sobre los beneficios que proporciona un gato en cuanto a la salud, te sorprenderá :O http://www.miztlan.org/blog/articulos/como-unimos-gatos-humanos-y-salud-mental/ )
En conclusión papá, me gustaría que lo reflexionases detenidamente ya que sé que en el fondo de ese frío corazón tuyo, adoras a los animales como el que más :D

Pd:¡ no vuelvas a leer mi blog, que sea la última vez! Te quiere, tu hija.



jueves, 9 de enero de 2014

Deseos y realidad

Cuantas veces he soñado que soy yo la protagonista.
No en sueños reales, por supuesto. 
Yo hace tiempo ya que no sueño. Mi mente se invade de pesadillas, temores, presagios…
Pero cuando dejo volar la mente en mis ratos libres, imagino que soy yo la protagonista. Que mis sentimientos importan. Que sin mí el mundo dejaría de ser mundo. Que alguien me necesita.
Para que engañarnos con palabrería hermosa. Nunca imagino que soy la protagonista. Sería estúpido.
Deseo ser la protagonista. 
Deseo sentirme especial para alguien.
Sentir que aunque sé que voy a morir tarde o temprano, dejaré una huella, única, como mi ADN.
Yo no sueño. Deseo.
Los sueños no existen más que en los cuentos de Disney.
Hace ya tiempo que el color rosa se esfumó, dejando paso al aburrido color gris.
Pero, ¿qué cojones? ¿Quién no desearía sufrir y tener a alguien que le entienda?
¿Quién no desearía despertarse triste, cansada y vacía y tener a alguien que le saque una sonrisa?
¿Quién no desearía sentir que cuando el fin llegue, alguien le recordará con cariño?
No soy diferente: Quiero la misma mierda en distintas proporciones.
Además de desear en un mundo gris y tener únicamente pesadillas, debo acostumbrarme a este mundo hipócrita.
Quizá incluso yo sea hipócrita. Es más fácil ver los defectos ajenos que los de uno mismo.
En cualquier caso,  un mundo hipócrita, en el que para sufrir tienes que llorar, hacerte daño y reclamar.
Sólo entonces alguien te dará ese deseo tan idílico de protagonismo. Alguien te secará las lágrimas y te ofrecerá una sonrisa.
Pero, solo entonces.
Sólo cuando más bajo hayas caído. Sólo cuando tu llanto sea indiscutible.
Sólo entonces.
Con el tiempo me acostumbré a esta mierda de mundo hipócrita. Me dedicaba a llamar la atención con llantos. Mendigaba comprensión y cariño.
Hasta que un día te despiertas vacía.
Recuerdas que no tienes nada más que palabras vacías, deseos y temores, que mañana podrías morir y el sol seguiría brillando. Que estás mal por dentro y sin llorar nadie te ayuda. Que estás sola, mentalmente hablando. Todo, en mayor o menor medida, por decisión propia.
Por tanto, concluyo esta nota de mierda con mis ralladas depresivas de emo sin crema para las emorroides con una reflexión:

Lo peor de conformarse con poco es recibir menos.

jueves, 22 de agosto de 2013

Capítulo III, el misterio de la caja

El otro lado del lago era prácticamente igual que en el que había estado.  Hermoso, por supuesto.
Me interné en el bosque en busca de sombra y me tumbé en el suelo mientras recuperaba el aliento.
Había llegado hasta allí yo sola y no solo eso, había burlado la muerte. Por lo que mi autoestima había aumentado considerablemente.
Estuve un buen rato sentada disfrutando de la suave brisa y la sombra acogedora hasta que finalmente mis tripas dieron señales de vida.
No parecía que hubiese nada comestible en los alrededores, desgraciadamente. Recordé el manzano que había encontrado en el otro lado del lago y mi boca empezó a salivar violentamente.
Necesitaba comer, ya.
Me levanté contenta de tener un nuevo objetivo y empecé mi búsqueda de alimento.
Al principio fue difícil y desesperante, pero pronto empecé a encontrar árboles conocidos cuyas frutas eran comestibles e incluso frutos secos.
No era un manjar, por supuesto… pero para alguien que se había internado en un supuesto bosque sagrado mitológico sin nada más que un libro, un cuaderno, un boli y una cámara de fotos… era más que suficiente.
Para ser precisos, en aquel mismo instante no tenía ni ropa. Lo había dejado todo al otro lado de la orilla en una desesperante forma de empezar mi aventura.
“Mejor así”, pensé. No necesitaba objetos. Sólo me necesitaba a mí misma y algo que aprender.
Tras llenar mi estómago, decidí descansar un rato más. Había tenido muchas emociones en un corto plazo de tiempo, debía estabilizar mis sentimientos y asentar mis ideas.
Y fue lo que hice las dos siguientes horas.
Cuando volví a abrir los ojos tras una cómoda siesta, casi creía poder ver todavía aquellos ojos azules profundos y curiosos.
¿Habría sido todo un sueño? Mi corazón y mi cabeza no se ponían de acuerdo, así que decidí que era real en la medida que soy capaz de comprender.
La realidad depende de la cultura, la ignorancia e incluso la edad. Por supuesto no es la misma realidad la que vivía yo que la que vive un niño de África.
Yo lo entendería así.
Durante mi estancia en aquel lugar, abriría nuevos caminos a mi realidad. Abriría la mente a nuevas posibilidades. Porque, solo quizás, todo era posible. Y mientras estuviese el “Quizás” era suficiente.
Estiré todos los músculos y proseguí mi pausada marcha.
Ya era hora de… hacer lo que tuviese que hacer. Era curioso sí, pero los mejores caminos son aquellos que encontramos sin buscar. Porque para buscar nos hacemos ideas, ilusiones y prejuicios. Ya esperamos encontrar algo. En cambio, no buscarlo supone valorar aquello que encontremos de una manera más honesta y real.
Por tanto, curioso o no, yo caminaba contenta de manera azarosa, disfrutando de las cosas que encontraba por el bosque, de los animales que me observaban desde lo lejos y de la vida en si.
Porque la vida era maravillosa, perfecta, estupenda… hasta que encontré eso. El dicho de todos los gatos, la tortura de todo ser humano.
Tras un buen rato de senderismo llegué a un claro del bosque poco iluminado debido a los altos árboles. Y allí en medio, como si formase parte del hermoso paisaje, se encontraba una caja de cartón cerrada.
Al principio algo en mi cerebro pareció no encajar aquello. Se suponía que este lugar estaba desierto y ante mis ojos se hallaba una caja típica de embalaje marrón, obviamente, cerrada.
Me acerqué lentamente como si en cualquier momento pudiese estallar una bomba.
Estaba justo en medio y de repente se me ocurrió que podría haberla dejado alguien.
Me estremecí ante aquella idea y tapé mis pechos con los brazos a la par que mis ojos intentaban localizar cualquier intruso gracioso.
¿Sería una broma? Si era así, pronto lo sabría.
Me acerqué hasta una distancia prudente de la caja y empecé a dar vueltas a su alrededor como si fuese un depredador, observando cada centímetro de ella.
No había nada fuera de lo normal que llamase mi atención. Era una simple caja en un extraño y curioso lugar.
Me senté en frente de ella y la miré detenidamente. Fuera lo que fuese, algo debía contener en su interior, ¿no?
Quizá comida, ropa, un set de supervivencia… aquello sería lo más usual y recomendable. Pero quizá había algo más, quizá estaba la respuesta a todas mis preguntas, quizá se encontraba la felicidad o incluso quizá esa cajita contenía guardado el secreto de la vida eterna…
Mi cerebro jugó y jugó con ideas de lo que aquella caja podía contener.
¡Podría ser cualquier cosa! Y aquella certeza solo incentivaba más mi curiosidad e imaginación.
Pasaron los días, los meses, y yo cogí costumbre de ir siempre al claro del bosque y sentarme en frente de la caja para observarla detenidamente e imaginar que podría haber dentro.
Se volvió algo vicioso y necesario para mi día a día.
Muchas veces, olvidaba comer, olvidaba las actividades básicas para la supervivencia, prendida ante el misterio de la caja.
Muchos pensaréis… ¿Y por qué no la abriste? Probablemente mi vida en ese momento necesitaba misterio, imaginación, ilusión, esperanza…qué se yo.
Pero todo, absolutamente todo, estaba basado en la caja, en lo que ella podría contener y en lo que eso supondría para mi vida.
Un día me desperté perezosa, cansada un poco de la rutina.
Llevaba tiempo de mal humor y todo lo que se me ocurría que pudiese haber dentro de la caja era malo. Con malo quiero decir cosas que supondrían un cambio malo en mi vida. Como, por ejemplo, tristeza, soledad, desolación…
El tiempo no acompañaba mi mal augurio. Los días claros y calurosos hacía ya tiempo que habían acabado.
No tenía nada de ropa, por lo que ya empezaba a notar el descenso de temperatura en mis propias carnes.
Me levanté y empecé mi camino rutinario hasta la caja. No dormía cerca de ella, por supuesto. A pesar de que era mi mayor intriga, también era mi mayor miedo. Por lo que me pasaba el día junto a ella y la noche lejos, muy lejos.
Por fin la divisé a lo lejos, en su sitio, como siempre.
Caminé con paso ligero y me senté en frente de ella. Nos miramos mutuamente como de costumbre.
Y ella, nuevamente, solo me dejaba creer que en su interior habría cosas malas.
Mi corazón se aceleró apresuradamente.
No podía soportar más esa intriga y ese dolor. Necesitaba saber que había dentro, necesitaba saber que había algo bueno, que era importante y que todo el tiempo trascurrido en frente de ella imaginando, no había sido en vano.
Supongo que en fondo sabía que tarde o temprano abriría esa caja. Solo tenía miedo a asomarme en su interior. Solo tenía miedo a saber la verdad porque imaginar era mucho más sencillo y menos doloroso.
Pero ya era hora, tenía que hacerlo. Ya no por la intriga, sino por mi. Por mis sentimientos.
Y… eso hice. Me acerqué con las manos temblantes y el corazón ajetreado y poco a poco fui abriendo la caja de cartón marrón.
Abrí un asa, abrí la otra y… me asomé.
Había imaginado muchísimas cosas… mi imaginación había volado, había soñado e incluso había amado. Pero no era nada de aquello, ni mucho menos.
¿Qué había en la caja? Pues se hallaba lo único que no se me había pasado por la cabeza:
Nada.
Dentro de la caja, no había nada.
Mi corazón dio un vuelco y me separé de ella angustiada asimilando la información poco a poco.
Fue uno de esos momentos en los que tu realidad se ve alterada. Notas como que algo importante ha ocurrido y esperas a la reacción fisiológica de tu cuerpo.
Y así fue.
Empecé a llorar como una niña. Las lágrimas caían de mis ojos como si no hubiese un mañana.
Lloraba y lloraba desolada.
Me sentía dolida, estafada, engañada y al mismo tiempo… culpable. Yo sola había buscado aquel sufrimiento.
Nadie me obligó a mirar en la caja ni nadie me obligó a imaginar que pudiese haber cosas buenas dentro. Pero lo hice, pobre de mi.
Mi corazón sufría, mi alma estaba rota y las pruebas eran mis lágrimas.
Solo el tiempo podría curar aquella herida profunda, solo el tiempo diría si aprendí algo de aquel triste desenlace.

Porque el tiempo es el único capaz de no detenerse a pesar de todas las adversidades.
Porque yo era incapaz de seguir... porque soy incapaz.

lunes, 19 de agosto de 2013

Capítulo II, La otra orilla del lago

Una brisa suave recorrió mi piel mojada.
“¿Estoy viva?” fue lo primero que pensé cuando abrí los ojos. El sol me saludaba en el firmamento, el agua de la orilla del lago me mecía dulcemente y el viento me hacía cosquillas en cada centímetro de mi desnuda piel.
Algo como paz interior residía ahora en mi corazón. Suspiré enamorada de la vida.
Relajé los hombros, entorné los párpados y dejé la mente en blanco.
Era perfecto.
Ya no recordaba nada. No recordaba ni a mi familia, ni a mis amigos, ni la razón por la cual estaba ahí. Solo sentía. Sentía todo lo que tenía al rededor y lo que no.
Era como si lo abstracto ahora fuese tan real que pudiese tocarlo con la mente.
Me levanté lentamente y miré hacia delante. Ahí estaba, el ancho y largo lago. Me miraba desde las profundidades de sus aguas, seguro.
Todavía con la sonrisa en la cara, empecé a caminar sin rumbo alguno. La hierba le hacía cosquillas a mis pies y las mariposas jugaban alrededor de mí.
Esta vez no era yo la que perseguía mariposas. Ellas me seguían a mi, seguras, como quien sigue a una madre.
Pero pronto toda esa paz interior desapareció tan rápido como había llegado.
Noté un zumbido en mi oreja derecha.
Era un zumbido fuerte, perturbador y revelador. Como si quisiese decir algo.
Me giré y me volví girar totalmente desorientada. Una abeja de un tamaño considerable se aproximaba hacia mi curiosa. Yo era totalmente alérgica a cualquier veneno por lo que le tenía un pánico especial a las abejas.
Me puse nerviosa y empecé a correr como una loca mientras agitaba mis brazos alrededor de mi cabeza.
Corría tan ensimismada porque no me picase la abeja que, finalmente, me tropecé y caí de bruces contra el suelo húmedo y fangoso.
Ese golpe apaciguó mi turbación durante unos pocos minutos, minutos suficientes como para escuchar su voz.
“¿Estás bien?” Me preguntó.
Alcé la mirada -todavía desenfocada- pero no vi el propietario de dicha voz.
“Te has dado un buen golpe, preciosa” Dijo esta vez. Conseguí divisar aquella voz, tras varios torpes intentos. Era la abeja curiosa.
Me levanté, esta vez más segura, y la miré fijamente.
Ella se acercó a mí y me sonrió, si es que las abejas pueden sonreír.
“Estoy asombrado. Estás aquí.” Dijo.
Todavía no estaba segura de si tenía un traumatismo cerebral por lo que decidí no responder. Parpadeé como cinco veces más, me froté los ojos, escupí para ver si había sangre, y volví a fijar mi mirada en la abeja, que no se había movido ni un ápice.
-No lo sé, puede que esté loca. -Respondí finalmente.
La abeja zumbó divertida alrededor de mí.
“La cordura solo aleja a los humanos de las respuestas más interesantes. Pero tú ya no eres humana”
Dijo la abeja satisfecha.
-Claro que lo soy, eso es estúpido... ¿No me ves?-
“¿Y tú te ves a ti misma? Lo que vemos es relativo de hecho, si no hubiese luz ni veríamos. Todo depende de algo, excepto una cosa. Y eso es lo que veo yo”. Su relato me intrigó. Ya no me acordaba de mi nombre si quiera... Lo último que recordaba era que estaba en el lago y que me ahogaba. Tragué saliva y cerré los ojos.
Ahora lo único que me invadía por completo era su dulce voz.
“Todo lo que ves es relativo, preciosa.”
Esta vez abrí los ojos más segura y relajada. Ya no había ninguna abeja delante de mí.
Pero si unos ojos azules profundos que me miraban fijamente.
Chillé como una niña y tapé mi desnudez.
-¿Qué ocurre? -Me preguntó él curioso mientras me miraba sin ningún reparo.
Me escabullí como pude y me escondí detrás de un árbol. Solo asomé la cabeza para observarlo de lejos.
Era muy guapo pero totalmente sencillo. No guapo como los guapos que vemos en la tele.
Era natural como la vida misma... era vida. Y tenía una sonrisa tan sincera que se apoderó de mi con tan solo verla.
Él se acercó a mi travieso y me cogió de la mano.
Me guio por el bosque como si él mismo hubiese esculpido cada centímetro de ese maravilloso lugar. Yo le seguía recelosa, bebiendo de cada contacto que su piel le regalaba a la mía.
Él a veces me dedicaba una sonrisa a la cual yo respondía con una mueca ruborizada.
Por fin llegamos a lo que parecía su destino. Era un claro muy verde, tranquilo y precioso.
Se acomodó en la hierba y me invitó a sentarme a su lado. 
Yo lo hice, todavía turbada por su presencia tan repentina y misteriosa.
-¿Quién eres? - Casi escupí. Llevaba bastante rato haciéndome esta pregunta.
-En estos momentos soy lo que tú ves -Dijo él satisfecho.
-“Eres”... por lo tanto, existes. -Continué retomando las riendas de la conversación.
-Aquí no hay nada, preciosa. Debes mirar con el alma. -Prosiguió.
Yo no entendía de donde salía tanta atracción. Debía de ser un dios o algo. Le acababa de conocer y ya estaba locamente enamorada de él. Necesitaba acercarme todo lo posible y unirme a su cuerpo.
Él pareció leerme la mente porque me acarició la mejilla dulcemente y me besó los labios.
Fue algo muy tierno, pero solo creaba en mi más ansiedad. Yo necesitaba más y más. Era insaciable.
No dejé que se separase de mí y tomé el control.
Yo no era tierna, casi parecía desesperada... como si llevase muchísimo tiempo sin beber agua y me hubiesen dado una botella fresca de agua mineral.
Me tumbé encima de él y me acerqué todo lo que pude. Quería unirme a él de por vida. Quería ser suya y que él fuese mío.
Le obligué a que tocase mi cuerpo y él aceptó en seguida. Acarició cada centímetro de mi piel como si de oro se tratase.
Cada segundo que pasaba, más ansiosa estaba. Casi no me percaté de que las cosas cambiaban a mí alrededor... casi, pero me percaté.
Me separé un poco angustiada de repente. ¿Qué estaba ocurriendo?
El cielo se había nublado y todo a nuestro alrededor estaba cambiando de una manera vertiginosa. De estar en un claro verde iluminado y precioso pasamos a estar en un pantano sucio, fangoso y nublado.
Me asusté y me aparté de él como si su piel me quemase. Él me miró confuso.
-¿Qué ocurre preciosa? –Dijo, preocupado.
Enfoqué mi mirada hacia su rostro, todavía turbada, y lo que vi a continuación asustó cada centímetro de mi ser de una manera inimaginable.
Su cara, antes tierna y natural, ahora se descomponía como si de un zombie se tratase. Sus ojos desiguales me miraban con curiosidad al mismo tiempo que de sus lagrimales empezaban a salir abejas cabreadas.
Me levanté y chillé sin poder apartar la mirada de su horrenda cara. 
Era como si mi peor pesadilla estuviese cobrando vida ante mis ojos.
Quería moverme, quería huir, chillar y llorar como una niña asustada. Pero mis piernas eran incapaces de moverse y mi garganta había perdido la voz.
El chico se levantó y me miró serio.
-Realmente pensé que habías dejado de ser humana. Todo lo que vemos es relativo, preciosa. Te advertí.  –Él pareció entender que yo era incapaz de pronunciar palabra alguna, así que continuó hablando.
-Lo que más deseas o lo que más miedo te produce. Esas son las reglas si le das forma a algo que la mente humana es incapaz de entender. Es el precio que pagas si en lugar de sentir, ves. Si en lugar de entender, le pones nombre. –Finalizó él.
Cerré los ojos con fuerza y me concentré en lo que sus palabras querían decirme, puesto que huir era caso perdido.
Desde que había llegado al otro lado de la orilla me había concentrado en percibir lo que mis ojos querían ver. Si no entendía una cosa, mi cerebro automáticamente cambiaba la realidad para que fuese entendible, para que no se creasen paradojas. Las abejas no hablaban, no sonríen más que en las figuras literarias. Yo no lo entendía, así que mi cerebro quiso verlo como un chico guapo.
No solo eso, quiso verlo como el hombre que más me excitaba. Mi fantasía sexual.
Y ahora todo lo que me rodeaba era mi peor pesadilla.
Pero todo era aparente. Todo lo que había a mi alrededor desaparecía si yo cerraba los ojos. Desaparecía si yo quería que desapareciese.
Nada era real. Todo lo que dependía de algo que sólo un cerebro humano era capaz de medir matemáticamente era aparente, era superficial.
Respiré hondo y me concentré un poco más.
Intenté agudizar mis sentidos. Quería sentir algo, algo más allá de lo aparente. Algo que seguramente habría pasado por alto ya que mi cerebro es incapaz de entender de manera irracional.
Y fue entonces, sólo entonces, cuando lo noté.
Era cálido, sincero, valiente y considerado. Me rodeaba con fuerza si es que había superficie que rodear.
-¿Me ves? –Preguntó esperanzado.
Ahora entendí que quería decir con “me ves”. Y sí, le veía. Le veía con el alma o como queráis llamarlo. Le sentía, le conocía.
Sabía que había estado mucho tiempo esperando mi llegada.
-Lo siento, debí haberme dado cuenta antes. –Dije yo desalentada.
-Sabía que recordarías. –Me consoló.
Y es que había cometido el dulce error de mezclar dos términos diferentes. Yo había sentido carnalmente, había visto con los ojos y había concretado algo que era, esencialmente, abstracto.
Lo que me había acompañado hasta ese “claro del bosque”, lo que había creado en mi tanta turbación era, sin ninguna duda, el amor.
¿Cómo olvidarlo?
Había cometido el dulce error de confundir la atracción con el amor.
Pero era él, sin ninguna duda. Y sí, le recordaba. Le recordaba en muchos momentos de mi vida. Le recordaba en mascotas, en familiares, en amigos, en parejas…
Siempre fiel, había llorado, había reído, me había preocupado… todo, absolutamente todo, gracias a él.
Lo físico sigue leyes físicas al igual que lo químico se guía por leyes químicas y todo basado, principalmente, por la ley de la conservación de la materia.
Todo calculable, todo observable en mayor o menor medida. 
Todo aquello que los humanos podíamos estudiar, calcular…
Pero muchas veces estamos tan pendientes en la vida material que olvidamos cultivar y conservar aquello que tanto cuesta definir.
Y yo lo tenía justo conmigo, recordándome cada momento especial de mi vida.
Muchas personas, a lo largo de su vida, llenaban sus manos de objetos valiosos y mensajes vacíos. Llenaban su vida intentando olvidar que tarde o temprano no habría un mañana. La llenaban con entretenimiento, con diversión y drogas.
¿Qué es lo que recordaríamos cuando fuésemos mayor? ¿Una fiesta de un sábado? ¿Una droga que tomamos? ¿Una serie de televisión que vimos cuando éramos jóvenes?
No, para nada. Llenamos cada segundo de nuestra vida intentando olvidar aquello que somos capaces de recordar.
No es un trabajo, no es una fiesta ni un videojuego… es un amigo, una pareja, una familia.
Es amor.
Y por y para eso debemos vivir: Para amar.
Volví a abrir los ojos.
Esta vez no estaba en el pantano nublado ni en el claro del bosque. 
Estaba bajo el agua lejos, muy lejos de la superficie.
De repente todos los músculos de mi cuerpo se pusieron en marcha y lucharon por la supervivencia.
Abrí la boca en busca de oxígeno y aspiré agua en contra de mi voluntad.
Por suerte, conseguí llegar a la superficie. Respiré hondo y tosí toda el agua que había tragado. ¿Cuánto tiempo había estado bajo el agua?
No tenía tiempo para preguntas sin respuesta así que me puse a nadar con fuerzas renovadas.
Esta vez veía la realidad tal y como era, aceptando mi situación y admirando cada segundo de mi vida. Pero no solo eso, sentía todo a mí alrededor. Sentía el agua, sentía el paisaje, sentía la paz y… era feliz. ¿Cómo explicarlo? Todo era perfecto. Mi vida era perfecta, como la de cualquier otro ser vivo pero de manera única.
Nadé y nadé y no paré hasta que mis pies tocaron la suave orilla del lago. 
Lo había conseguido y ya no había nada que pudiese detenerme.
Sonreí.